El pensamiento único suele ser muy tentador, pareciera ser
obra del mismo Satanás o de cualquier representante del mal que quiera
referenciar. Solemos sentirnos mucho mejor con quienes piensan igual que
nosotros, solemos alejarnos de quienes piensan distinto. Así nos vamos
configurando por grupos dentro de la sociedad y vamos haciendo nuestra vida.
Equipos deportivos distintos, profesiones u oficios, intereses personales y
pare usted de contar los espacios que elegimos (o rechazamos) según los que se
parecen a nosotros.
Algunos suelen atacar, menospreciar o al menos ignorar a los
“otros”, los distintos. Pueden verse incluso como amenaza. No se explican cómo
es posible que puedan ver y hacer las cosas de “esa” manera. Esos “otros” son
capaces de ponernos en riesgo, a nosotros y a muchos otros, a todo un país tal
vez; y por qué no, al mundo entero.
Ahora, les pido que hagamos un pequeño ejercicio de
introspección. Imaginemos por un segundo que la condición para resolver un
conflicto sea que desaparezcamos. Sí, tu y todos los que son como tú. Que
“otros” te ataquen frontalmente, convencidos de tener la razón, y te obliguen a
desaparecer, a dejar de existir tal como lo estás haciendo ahora. ¿Cómo te
sentirías? ¿Qué emociones te despierta esa posibilidad? Imagina que ante tu
negativa de “dejar de existir” esos “otros” se van haciendo más violentos y se
valen de su “poder” para hacerte retroceder ¿Cómo se mueven esas emociones
dentro de ti? ¿Se profundizan? ¿Aparecen otras? Respira profundo…
Ahora bien ¿Quién tiene la razón? ¿Quién tiene la verdad en
sus manos como para obligar a otro a desaparecer, a dejar de existir, a dejar
de ser quién es? ¿Cómo se resuelve un conflicto de estas características.
Estas líneas previas son un intento por “alejarme” del hecho
social (Al menos de una parte de lo mucho que estamos viviendo en Venezuela)
para analizarlo de una forma más objetiva, aunque es bien sabido que siempre
llevamos una carga de subjetividad en todos nuestros análisis, tal como me
enseñaron en mi formación académica.
De este pequeño ejercicio me surgen las siguientes
reflexiones:
1.
Siempre habrán otros, incluso otros que nos
amenacen. Tenemos que aprender a vivir con eso o mejor dicho, a convivir con
eso.
2.
Creo que la clave está precisamente en aprender
a convivir, más allá de vivir. Vivir con otros es una condición, más que una
opción para nuestra raza.
3.
La convivencia exige reglas claras, que tome en
cuenta a todos y que apueste por el bienestar individual y colectivo. Habrá “sacrificios”
para los individuos y para todos.
4.
La garantía de cumplimiento de esa normativa
debe estar en manos de entes (instituciones) que estén por encima del individuo
y del colectivo, y al mismo tiempo estén a su servicio. Es una autoridad
necesaria que surge como una necesidad de regulación de la misma sociedad, más
no de ningún grupo o individuo en particular.
5.
Nadie debe tener el poder para exigir la
desaparición de otro. Una cosa es la regulación de su comportamiento y las
responsabilidades que eso conlleva y otra desear o hacer cosas para que “no
exista”.
6.
A veces, en nombre de lo “correcto”, solemos
caer en la tentación del pensamiento único. Al menos de la hegemonía de cierto
pensamiento. Cualquiera que esté pensando en cómo “eliminar” cierto grupo o
individuo, ya cayó en la tentación.
7.
La reconciliación no sólo es posible, sino
necesaria para aspirar a que verdaderamente superemos lo que estamos viviendo.
Imagen de la campaña UNHATE que benetton lazó hace algunos años para combatir la cultura del odio.