sábado, 8 de enero de 2011

Perseverencia de bebé

Desde el pasado lunes tomé un par de semanas de vacaciones para ser padre a tiempo completo. Es increíble como Nicolás (mi hijo de 5 meses y modelo de la imagen que acompaña el presente post) va definiendo su personalidad, sus gustos, sus habilidades... Y cómo cada día siempre tiene una forma de sorprenderte. Hay dos cosas que me enamoran a cada segundo: su sonrisa y sus ojos tan expresivos.

Pero lo que realmente me tiene sorprendido, más allá del evidente Amor de padre, es la Perseverancia innata que traen estos seres tan pequeños. A medida que van creciendo toman mayor consciencia y dominio de su cuerpo, y con él empiezan a intentar nuevas cosas. No hay día que dejen de intentar algo. La novedad, desde hace un par de semanas empezó a voltearse (girar como un tronco sobre sí mismo) hasta ponerse boca abajo. Ya parece un artista del Cirque du Soleil por la agilidad con que lo logra, a pesar de obstáculos que le introducimos poco a poco.

Recuerdo que en uno de los libros sobre niños que hemos leído el Doctor hace referencia a este sentido de Perseverancia cuando es el momento de aprender a caminar. No importa cuántas caídas y golpes reciba en los intentos, su objetivo es claro: caminar. Es ese sentido de superación lo que marca la gran diferencia.

Por qué hay tantas personas que pierden ese sentido de superación, al final del día todos - con mayor o menor dificultad - aprendimos a caminar (salvo algún condicionamiento especial que lo impidiera). ¿En qué lugar del camino cesaron los intentos? ¿Qué experiencia tan terrible me llevó a no intentarlo de nuevo? ¿Tenemos el apoyo suficiente de nuestra familia/amigos? Será que ¿Perdimos la determinación en nuestras acciones? o que no tenemos el objetivo claro.

Esto me recuerda un cuento de Jorge Bucay "Las alas son para volar" se los dejo a continuación...

..Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:

- Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, me parece que sería penoso que te limitaras a caminar, teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.

- Pero yo no sé volar - contestó el hijo.

- Es verdad... - dijo el padre y caminando lo llevó hasta el borde del abismo en la montaña.

- Ves, hijo, este es el vacío. Cuando quieras volar vas a pararte aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y extendiendo las alas, volarás.

El hijo dudó:
- ¿Y si me caigo?

- Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que te harán más fuerte para el siguiente intento - contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida. Los más pequeños de mente le dijeron:

- ¿Estás loco? ¿Para qué? Tu viejo está medio zafado... ¿Qué vas a buscar volando? ¿Por qué no te dejas de pavadas? ¿Quién necesita volar?

Los más amigos le aconsejaron:

- ¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían. Subió a la copa de un árbol y, con coraje, saltó... Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero igual se precipitó a tierra...

Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre:

- ¡Me mentiste! No puedo volar. Probé y ¡mira el golpe que me di! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno.

- Hijo mío - dijo el padre - Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como para tirarse en un paracaídas, necesitas cierta altura antes de saltar.

Para volar hay que empezar corriendo riesgos.

Si no quieres, quizás lo mejor sea resignarse y seguir caminando para siempre.