Había una vez un pueblo que se llamaba El Iluminado, todos los habitantes se esforzaban incesantemente por
mostrar lo bueno que eran y las cosas buenas que podían aportar ya que se
premiaba notablemente a las personas por las cosas buenas. De esta manera, en El Iluminado todos sonreían
constantemente, eran siempre amables, siempre dispuestos y disponibles para
ayudar y acompañar a quien lo necesitara; tanto que era un lugar muy visitado
por turistas, quienes encontraban en El
Iluminado el sitio perfecto para disfrutar, descansar y hasta llorar sus
penas; siempre salían revitalizados de la experiencia de visitar este hermoso
lugar.
De repente, un día, los habitantes de El Iluminado empezaron a mostrar un comportamiento muy extraño; los
síntomas que presentaban los habitantes eran: cansancio crónico, llantos y
ataques de rabia sin motivo, ganas de huir a otro lugar. Los médicos no
hallaban ni la causa de los síntomas, y mucho menos la cura, los medicamentos
tradicionales podían aliviar ocasional y puntualmente algún síntoma, pero el
padecimiento seguía presente y poco a poco se fueron contagiando todos los
habitantes. A pesar de esto, todos hacían su mejor esfuerzo por mantener su
buena cara y mejor disposición a cada minuto; pero esto no hacía más que
empeorar los síntomas a medida que pasaba el tiempo.
Un día, llegó al pueblo una hermosa mujer con el cabello
largo, entre dorado y platinado, con una mirada profunda e intensa que provenía
de sus ojos azules como el mismísimo cielo. Era una respetada y venerada
sacerdotisa que estaba solo de paso y que al ver lo que estaba ocurriendo
decidió hacer una pausa para conversar con los habitantes y ver si podía ser
útil de alguna forma. La audaz sacerdotisa no tardó en identificar la causa de
lo que estaba ocurriendo, pidió reunirse con el Consejo de Sabios, quienes
aceptaron con mucha apertura. Las palabras de la Sacerdotisa para ellos fueron:
-
En mis viajes me he encontrado muchas veces con este
mismo mal, he visto incluso como pueblos enteros se han perdido entre la
tristeza y la rabia, incluso por el miedo, por no encontrar la cura. Pero no
teman, conozco a la persona indicada y se encuentra muy cerca de acá. Él mismo
padeció lo que ustedes están padeciendo y no dudará ni un segundo en venir para
mostrarles el camino de la sanación. - De esta forma, la Sacerdotisa les dejó un
pergamino y siguió su camino.
El Consejo de Sabios, al abrir el pergamino pensaron que era
una broma, era un panfleto que promocionaba a El Mago de un solo truco. Se preguntaban cómo el espectáculo de un
mago podría revertir aquella situación que aquejaba de manera cada vez más
profunda a todos los locales. Además, ¿Un solo truco? Se preguntaban… ¿Cómo
sería posible que con un solo truco se curaran todos? Si ni los médicos ni los curanderos
habían podido hacer algo. Llegaron a pensar que se trataba de hechicería u
otras cosas prohibidas. En fin, al haber probado todo sin resultados positivos
y ante las palabras de la Sacerdotisa que les narraba que había visto morir
pueblos enteros por ese mal, emprendieron la búsqueda de ese Mago.
Un emisario elegido por el Consejo de Sabios de El Iluminado emprendió el viaje para
buscar a aquel personaje. Tal como había anunciado la Sacerdotisa, se
encontraba en un poblado cercano. El Mago era un hombre moreno, sencillo, de
semblante sereno y al mismo tiempo alegre, estaba jugando con un grupo de niños
cuando el emisario lo abordó y le comentó lo que estaba pasando. El Mago lo
miró a los ojos y le dijo
-
¿Cuándo partimos? ¡Ya quiero hacer de nuevo mi gran
truco!”.
A lo que el emisario respondió:
-
Cuando busquemos lo que necesita para su acto.
Con un gesto serio, como imitando a un gran sabio, dijo el
Mago:
-
Todo lo que necesito lo llevo siempre conmigo… Hizo
luego una pequeña pausa con suspenso, soltando una sonrisa y abrazando al
emisario que, con ese gesto, terminó por sonreír también.
Rápidamente estaban ambos rumbo a El Iluminado; al llegar al poblado era ya de noche, todos los
locales estaban esperando reunidos alrededor de una gran piedra y una fogata
que los abrigaba e iluminaba a la vez. este era un lugar que tradicionalmente
solían utilizar para actos de muchísima importancia en la comunidad. Para
sorpresa de todos el Mago llegaba solo con un pequeño saco en su bolsillo. La
desconfianza se apoderó esta vez no solo del Consejo de Sabios, sino también de
los habitantes. El emisario presentó al Mago formalmente a los Sabios y luego
ambos, Mago y emisario, caminaron hacia la Roca. El Mago susurró algo al oído del
emisario, como si le estuviese dando unas indicaciones de último momento. El
emisario asintió con la cabeza y ambos sonrieron en señal de acuerdo. Con
muchísima agilidad el Mago dio dos brincos y logró subirse a la piedra, para
este momento ya tenía la atención de todos los habitantes, que estaban
visiblemente preocupados.
-
Buenas noches! – Inició el Mago – A lo que la
audiencia respondió amablemente en coro “Buenas noches!”. Lo primero que quiero
decir es que no puedo curarlos.
Las caras de sorpresa empezaron a predominar en el público,
algunos llegaron incluso a ponerse de pie y a retirarse del lugar.
-
No puedo curarlos, porque la cura depende única y
exclusivamente de ustedes mismos. El proceso de sanación puede comenzar en este
instante, si así ustedes lo deciden.
Poco a poco fue recuperando la atención de todos los
presentes. El Mago le hizo una seña al emisario y este empezó, con pequeño saco
que traía El Mago, a repartir una moneda a cada uno de los presentes. Al
recibirla, levantaban la cabeza para ver de nuevo al Mago y ahí estaba, él
mismo sosteniendo una moneda. Una vez que todos tenían una moneda en sus manos
el Mago continuó:
-
A un lado de la moneda lo van a llenar de pensamientos
con todas las cosas que más les gustan de la vida, van a pensar en todas esas
cosas que aman, que disfrutan y van a conectarlas con ese lado de la moneda.
El Mago dio algunos segundos mientras miraba cómo algunas
miradas se llenaban de brillo, otros empezaban a dibujar una pequeña sonrisa a
partir de lo que estaban visualizando… luego continuó:
-
Al otro lado lo van a llenar también, pero esta vez
con las cosas malas, con todo aquello que no les gusta, con todo aquello que
les desagrade y no quieran para sí mismos ni para sus seres queridos.
Aquí algunos empezaron a verse las caras, no estaban
acostumbrados a eso, incluso podía ser mal visto tener malos pensamientos; pero
siguieron las instrucciones de manera muy obediente, como eran ellos. Prosiguió
El Mago:
-
Ahora, todos, deben botar el lado malo de la moneda y
quedarse únicamente con el lado bueno. Desechen para siempre el lado malo y
quédense solo con el lado bueno de la moneda.
Ante esta instrucción algunos se miraban con caras de extrañeza;
otros trataban inútilmente de separar la moneda en dos, unos se quedaron
petrificados sin saber qué hacer, otros empezaron a conversar para ver cómo
podían ejecutar tal acción… Hasta que una voz fuerte replicó uno en medio del
desorden “Eso es imposible”, dijo con claridad
-
¿Qué es imposible? Respondió el Mago.
-
Separar la moneda. La moneda tiene dos caras, no es
posible quitarle una – Y además continuó: Y si pudiésemos hacerlo dejaría de
ser una moneda, perdería su valor.
-
¡Bingo! Gritó el mago lleno de emoción ante el
desconcierto de su audiencia. ¡Exactamente! La moneda es moneda porque tienes
dos caras. Yo les pedí que impregnaran una de sus caras con todo lo que les
gustaba y con todo lo que no les gustaba la otra. Asimismo, somos los seres
humanos, tenemos cosas que nos gustan de nosotros mismos y otras que no nos gustan
tanto, pero nuestro valor radica precisamente en que ambas caras conviven en
nosotros cada día. Si nos esforzamos en solo mostrar lo que nos gusta, nos
estamos negando la posibilidad de vivir a plenitud, por lo que terminamos
enfermando, sufriendo, estando en guerra con la vida misma. Cuando decidimos
vernos, reconocernos y aceptarnos completos, entonces, empezamos a sanar y a
vivir una vida más plena y completa.
Al terminar sus palabras los habitantes de El iluminado comprendieron la razón de
sus pesares, comprendieron también por qué El Mago ni nadie podía curarlos;
solo podían sanarse a sí mismos en la medida que se aceptaran con sus luces y
sus sombras, sus aciertos y errores, sus amores y sus miedos. De esta manera
comprendieron que esa cultura de solo mostrar lo bueno era lo que los había
enfermado.
Un camino de sanación que no se recorre en un solo día, pero
que al transitarlo con convicción se conecta con la energía necesaria para
seguir adelante cada día, tanto en los días buenos como los días malos, porque
la vida es lo que vivimos cada día. Fue así como los habitantes de El Iluminado empezaron a sanar, en la
medida que cada uno de ellos empezó el trabajo de aceptación a sí mismo y simultáneamente,
la aceptación de sus vecinos como seres completos. Los buenos tiempos volvieron
a El Iluminado y los malos también fueron recibidos y honrados, como la vida
misma.
Y colorín colorado…