domingo, 29 de julio de 2018

El Mago de un solo truco


Había una vez un pueblo que se llamaba El Iluminado, todos los habitantes se esforzaban incesantemente por mostrar lo bueno que eran y las cosas buenas que podían aportar ya que se premiaba notablemente a las personas por las cosas buenas. De esta manera, en El Iluminado todos sonreían constantemente, eran siempre amables, siempre dispuestos y disponibles para ayudar y acompañar a quien lo necesitara; tanto que era un lugar muy visitado por turistas, quienes encontraban en El Iluminado el sitio perfecto para disfrutar, descansar y hasta llorar sus penas; siempre salían revitalizados de la experiencia de visitar este hermoso lugar.
De repente, un día, los habitantes de El Iluminado empezaron a mostrar un comportamiento muy extraño; los síntomas que presentaban los habitantes eran: cansancio crónico, llantos y ataques de rabia sin motivo, ganas de huir a otro lugar. Los médicos no hallaban ni la causa de los síntomas, y mucho menos la cura, los medicamentos tradicionales podían aliviar ocasional y puntualmente algún síntoma, pero el padecimiento seguía presente y poco a poco se fueron contagiando todos los habitantes. A pesar de esto, todos hacían su mejor esfuerzo por mantener su buena cara y mejor disposición a cada minuto; pero esto no hacía más que empeorar los síntomas a medida que pasaba el tiempo.
Un día, llegó al pueblo una hermosa mujer con el cabello largo, entre dorado y platinado, con una mirada profunda e intensa que provenía de sus ojos azules como el mismísimo cielo. Era una respetada y venerada sacerdotisa que estaba solo de paso y que al ver lo que estaba ocurriendo decidió hacer una pausa para conversar con los habitantes y ver si podía ser útil de alguna forma. La audaz sacerdotisa no tardó en identificar la causa de lo que estaba ocurriendo, pidió reunirse con el Consejo de Sabios, quienes aceptaron con mucha apertura. Las palabras de la Sacerdotisa para ellos fueron:
-          En mis viajes me he encontrado muchas veces con este mismo mal, he visto incluso como pueblos enteros se han perdido entre la tristeza y la rabia, incluso por el miedo, por no encontrar la cura. Pero no teman, conozco a la persona indicada y se encuentra muy cerca de acá. Él mismo padeció lo que ustedes están padeciendo y no dudará ni un segundo en venir para mostrarles el camino de la sanación. -  De esta forma, la Sacerdotisa les dejó un pergamino y siguió su camino.
El Consejo de Sabios, al abrir el pergamino pensaron que era una broma, era un panfleto que promocionaba a El Mago de un solo truco. Se preguntaban cómo el espectáculo de un mago podría revertir aquella situación que aquejaba de manera cada vez más profunda a todos los locales. Además, ¿Un solo truco? Se preguntaban… ¿Cómo sería posible que con un solo truco se curaran todos? Si ni los médicos ni los curanderos habían podido hacer algo. Llegaron a pensar que se trataba de hechicería u otras cosas prohibidas. En fin, al haber probado todo sin resultados positivos y ante las palabras de la Sacerdotisa que les narraba que había visto morir pueblos enteros por ese mal, emprendieron la búsqueda de ese Mago.
Un emisario elegido por el Consejo de Sabios de El Iluminado emprendió el viaje para buscar a aquel personaje. Tal como había anunciado la Sacerdotisa, se encontraba en un poblado cercano. El Mago era un hombre moreno, sencillo, de semblante sereno y al mismo tiempo alegre, estaba jugando con un grupo de niños cuando el emisario lo abordó y le comentó lo que estaba pasando. El Mago lo miró a los ojos y le dijo
-          ¿Cuándo partimos? ¡Ya quiero hacer de nuevo mi gran truco!”.
A lo que el emisario respondió:
-          Cuando busquemos lo que necesita para su acto.
Con un gesto serio, como imitando a un gran sabio, dijo el Mago:
-          Todo lo que necesito lo llevo siempre conmigo… Hizo luego una pequeña pausa con suspenso, soltando una sonrisa y abrazando al emisario que, con ese gesto, terminó por sonreír también.

Rápidamente estaban ambos rumbo a El Iluminado; al llegar al poblado era ya de noche, todos los locales estaban esperando reunidos alrededor de una gran piedra y una fogata que los abrigaba e iluminaba a la vez. este era un lugar que tradicionalmente solían utilizar para actos de muchísima importancia en la comunidad. Para sorpresa de todos el Mago llegaba solo con un pequeño saco en su bolsillo. La desconfianza se apoderó esta vez no solo del Consejo de Sabios, sino también de los habitantes. El emisario presentó al Mago formalmente a los Sabios y luego ambos, Mago y emisario, caminaron hacia la Roca. El Mago susurró algo al oído del emisario, como si le estuviese dando unas indicaciones de último momento. El emisario asintió con la cabeza y ambos sonrieron en señal de acuerdo. Con muchísima agilidad el Mago dio dos brincos y logró subirse a la piedra, para este momento ya tenía la atención de todos los habitantes, que estaban visiblemente preocupados.
-          Buenas noches! – Inició el Mago – A lo que la audiencia respondió amablemente en coro “Buenas noches!”. Lo primero que quiero decir es que no puedo curarlos.
Las caras de sorpresa empezaron a predominar en el público, algunos llegaron incluso a ponerse de pie y a retirarse del lugar.
-          No puedo curarlos, porque la cura depende única y exclusivamente de ustedes mismos. El proceso de sanación puede comenzar en este instante, si así ustedes lo deciden.
Poco a poco fue recuperando la atención de todos los presentes. El Mago le hizo una seña al emisario y este empezó, con pequeño saco que traía El Mago, a repartir una moneda a cada uno de los presentes. Al recibirla, levantaban la cabeza para ver de nuevo al Mago y ahí estaba, él mismo sosteniendo una moneda. Una vez que todos tenían una moneda en sus manos el Mago continuó:
-          A un lado de la moneda lo van a llenar de pensamientos con todas las cosas que más les gustan de la vida, van a pensar en todas esas cosas que aman, que disfrutan y van a conectarlas con ese lado de la moneda.
El Mago dio algunos segundos mientras miraba cómo algunas miradas se llenaban de brillo, otros empezaban a dibujar una pequeña sonrisa a partir de lo que estaban visualizando… luego continuó:
-          Al otro lado lo van a llenar también, pero esta vez con las cosas malas, con todo aquello que no les gusta, con todo aquello que les desagrade y no quieran para sí mismos ni para sus seres queridos.
Aquí algunos empezaron a verse las caras, no estaban acostumbrados a eso, incluso podía ser mal visto tener malos pensamientos; pero siguieron las instrucciones de manera muy obediente, como eran ellos. Prosiguió El Mago:
-          Ahora, todos, deben botar el lado malo de la moneda y quedarse únicamente con el lado bueno. Desechen para siempre el lado malo y quédense solo con el lado bueno de la moneda.
Ante esta instrucción algunos se miraban con caras de extrañeza; otros trataban inútilmente de separar la moneda en dos, unos se quedaron petrificados sin saber qué hacer, otros empezaron a conversar para ver cómo podían ejecutar tal acción… Hasta que una voz fuerte replicó uno en medio del desorden “Eso es imposible”, dijo con claridad
-          ¿Qué es imposible? Respondió el Mago.

-          Separar la moneda. La moneda tiene dos caras, no es posible quitarle una – Y además continuó: Y si pudiésemos hacerlo dejaría de ser una moneda, perdería su valor.

-          ¡Bingo! Gritó el mago lleno de emoción ante el desconcierto de su audiencia. ¡Exactamente! La moneda es moneda porque tienes dos caras. Yo les pedí que impregnaran una de sus caras con todo lo que les gustaba y con todo lo que no les gustaba la otra. Asimismo, somos los seres humanos, tenemos cosas que nos gustan de nosotros mismos y otras que no nos gustan tanto, pero nuestro valor radica precisamente en que ambas caras conviven en nosotros cada día. Si nos esforzamos en solo mostrar lo que nos gusta, nos estamos negando la posibilidad de vivir a plenitud, por lo que terminamos enfermando, sufriendo, estando en guerra con la vida misma. Cuando decidimos vernos, reconocernos y aceptarnos completos, entonces, empezamos a sanar y a vivir una vida más plena y completa.

Al terminar sus palabras los habitantes de El iluminado comprendieron la razón de sus pesares, comprendieron también por qué El Mago ni nadie podía curarlos; solo podían sanarse a sí mismos en la medida que se aceptaran con sus luces y sus sombras, sus aciertos y errores, sus amores y sus miedos. De esta manera comprendieron que esa cultura de solo mostrar lo bueno era lo que los había enfermado.
Un camino de sanación que no se recorre en un solo día, pero que al transitarlo con convicción se conecta con la energía necesaria para seguir adelante cada día, tanto en los días buenos como los días malos, porque la vida es lo que vivimos cada día. Fue así como los habitantes de El Iluminado empezaron a sanar, en la medida que cada uno de ellos empezó el trabajo de aceptación a sí mismo y simultáneamente, la aceptación de sus vecinos como seres completos. Los buenos tiempos volvieron a El Iluminado y los malos también fueron recibidos y honrados, como la vida misma.
Y colorín colorado…